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ESTILO DE VIDA

7 gestos que nuestros abuelos nos enseñaron sobre ahorro y sostenibilidad

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1. De vuelta al mercado

La compra de cercanía; conocer el nombre del panadero, el carnicero o el pescadero; idear con mimo el menú del día y adquirir las cantidades justas para elaborarlo. Estas premisas se repiten en muchas de las casas de nuestros abuelos, que, además, hacen de esa compra diaria un momento de socialización, una excusa para salir a pasear y estar en contacto con la comunidad. Lo cierto es que el ritmo de vida acelerado y la llegada arrolladora de las grandes superficies ha puesto fin en muchos casos a una costumbre que en esencia permite priorizar con la calidad, el producto de ‘kilómetro 0’ y limitar el sobreenvasado de plásticos. Se apuesta también así por el florecimiento del pequeño comercio y, precisamente por ello, el trato que se suele recibir es mucho más cuidado.

2. La comida no se pone mala

Las lentejas de un día pasan a ser el puré del siguiente, con la fruta que se está empezando a reblandecer se hace una riquísima mermelada, el caldo de cocer las judías verdes puede resultar en una magnífica sopa. Lo importante no es cuál sea la receta en sí -cada familia tiene las suyas-, sino la filosofía que subyace de aprovechar al máximo los alimentos que se encuentran en la nevera.Un planteamiento que, como no podía ser de otra forma, ya cuenta con una réplica digital en aplicaciones como Too good to go o Ni las migas,destinadas a poner en contacto usuarios con establecimientos que ofertan excedentes de alimentos en riesgo de perderse a precios mucho más bajos. Sea en el formato que sea, es necesario tener muy presente un dato: según la FAO, “un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano se pierde o se desperdicia a nivel mundial, lo que equivale a aproximadamente 1.300 millones de toneladas por año”.

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3. La ropa se hereda (y se arregla)

Ya sea por una cuestión de moda -por ejemplo, para adaptar el largo de una falda a las tendencias de la temporada- o de ajustar una prenda de segunda mano a unas nuevas medidas, conviene tener bien localizada a una de esas costureras que sabes que nunca te van fallar. Y sí, esto es algo que en muchos casos también aprendimos de nuestras abuelas. Heredar ropa o hacer una apuesta por prendas vintage no solo puede ser la excusa perfecta para potenciar los vínculos emocionales con esa pieza en concreto o tratar de indagar un poco en su historia, sino que, tal como mantiene la organización Fashion Revolution, se estima que para conseguir un armario sostenible una de las condiciones es que al menos un tercio del mismo esté compuesto por ropa de segunda mano. En otras palabras: old is the new new.

4. El ‘upcycling’ ya estaba más que inventado

Dar a los objetos una segunda vida, igualando o superando el valor original de estos, es algo de lo que los mayores saben mucho. “Mi abuelo hacía barcos con latas y otros elementos inservibles y restauraba algunas cosas que se encontraba”; “Mi abuela y mi madre hacían jabón con el aceite frito desechado de la cocina”, “Mi abuela lava los tarros de las conservas y los utiliza como recipientes para salsas o mermeladas caseras”; “Mis abuelos tienen gallinas y siempre piden a todo el mundo que guarde los cartones de los huevos para cuando ellos los necesiten”... y todos estos testimonios reales son solo una muestra ínfima de los ejemplos que se pueden encontrar al respecto.

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5. Estricto control energético

Es muy probable que si les pregunto a mis abuelos qué es el ‘consumo vampiro’ [el término con el que se designa la energía que emplean los equipos eléctricos cuando no están en uso pero sí conectados al enchufe] no sepan contestarme. Sin embargo, conceptos aparte, en su casa el ahorro energético siempre ha sido una prioridad. Muchos aparatos electrónicos están conectados a una regleta, cuyo interruptor se apaga cuando salen de casa y por las noches para cortar la corriente. En invierno apagan el radiador de la habitación de invitados y en verano bajan parcialmente las persianas y cierran las puertas para mantener algo de frescor. Son gestos muy básicos, sí, pero de eficiencia probada.

6. Menos productos, más remedios caseros

En su libro Vivir sin plástico (Zenith), Patricia Reina y Fernando Gómez cuentan -entre otras muchas cosas- cuáles son sus trucos para sustituir muchos de los productos envasados en plástico, o elaborados a partir de él, empleados en la higiene personal y la rutina de belleza. Tal como señalan, “un solo bote de exfoliante puede contener tanto plástico en su composición como el que se utiliza en el propio envase. Una gran alternativa casera es exfoliarse con opciones naturales como los posos del café o la sal, con la que se te queda la piel bastante bien. O apostar por los cepillos de cerdas, que activan la circulación cutánea y son muy buenos para tratar la celulitis”. Esta filosofía de acudir a lo casero también la hemos visto antes. La redactora jefa de Vogue.es recuerda, por ejemplo, cómo su abuela mezclaba en un cuenco flores de jazmín y dama de noche para ahuyentar a las moscas. No solo el invento cumplía con su cometido, sino que además las estancias estaban perfectamente perfumadas.

7. Excesos los justos

Este punto tampoco admite mucha explicación. Vivir de una forma relativamente austera es, simplemente, una máxima que la generación de posguerra tuvo que aprender por necesidad. Una necesidad que ahora no surge de la pobreza generada por un conflicto bélico, sino de las consecuencias catastróficas que la actividad industrial y el consumo desmesurado pueden tener sobre el planeta si no asumimos un cambio de rumbo urgente.

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